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Saturday, October 13, 2018

La urbe se hunde sin olvidar su pasado.


    lA Vanguardia.
Ciudad de México es muchas cosas. Entre otras, una megalópolis que se hunde. Literalmente.
Poblada por millones de personas -hoy en día sobrepasa los 20-, la capital mexicana es admirada por muchos como el lugar de creación de Diego Rivera y Frida Kahlo, del muralismo que no deja de sorprender y una comida que apasiona, de una revolución que marca los pasos del país y un urbanismo inabarcable. A menudo, en negativo.
Cualquier imagen aérea deja a las claras que la antes conocida como DF (por Distrito Federal, un término hoy desaparecido) reúne millares de casas, a veces ordenadas una tras otra, y a veces en desordenados asentamientos ilegales; en alguna ocasión (más a menudo de lo que a priori pueda parecer) entre un verde frondoso. Todas ellas decoradas por montañas que dan pie al Valle de México y con el activo volcán Popocatépetl como la principal ‘estrella’ en el más que cercano horizonte.


Una megaciudad que se asienta en gran parte sobre el antiguo lago de Texcoco, epicentro de la desaparecida capital azteca de Tenochtitlán y maravilla natural de la que hoy apenas queda un recuerdo, en los límites del aeropuerto internacional.
El resto son casas, calles, plazas, parque y más casas.

Pensar en los lagos del Valle de México es volver al pasado de España. Al descubrimiento de América. A la conquista de México. A la reforma de la capital de un antiguo imperio bajo las directrices del nuevo, venido de más allá del Caribe.
Donde hoy se ubica el centro de la capital, el Zócalo, la Catedral Metropolitana, el Palacio Nacional y los vestigios del Templo Mayor, ayer apenas había un rescoldo de tierra y agua dulce; pasarelas que unían las riberas del lago con el centro habitado; la imagen de un Tenochtitlán que observa la riqueza de vivir -para su seguridad- como una isla, cercana a lagunas a veces dulces, pero otras de salobre -y de ahí la industria salinera del pasado.

En la época prehispánica se expandieron islas artificiales para ampliar los cultivos. Con la llegada de Hernán Cortés y la Nueva España, el drenaje fue más allá. La consecuencia: la extensión de una ciudad rica y próspera sobre un terreno inestable. Hoy los edificios se hunden. La Catedral Metropolitana se inclina cuando otros tantos edificios se muestran hipersensibles a los muy habituales terremotos. Apenas queda nada de la laguna. Sobresalen los bellos edificios de la época hispánica. Rectilíneos. Coloridos. Pesados. Y sufridos.

Según el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México (Conacyt), la zona este donde está el aeródromo se hunde entre 20 y 24 centímetros al año, el centro histórico entre 5 y 7 centímetros, la zona oeste del Ángel de la Independencia y Chapultepec unos 2,5. Y hay más. En zonas concretas se habla de hasta 40 centímetros anuales o 14 metros en los últimos 150 años. Con consecuencias, a menudo, imprevistas. Por ejemplo, que los nuevos edificios bien asentados sobre pilotes rocosos se ‘levanten’ respecto a los que les circundan. O que bellas casas y palacetes sufran de deformaciones.
De los islotes aztecas (chinanpas) se pasó a una ciudad asentada sobre terreno acuoso. Las continuas inundaciones llevaron a la desecación del lago. De ahí a una mayor urbe, mayor necesidad de agua y mayor drenaje. El vasto y arcilloso terreno hizo y aún hace el resto.
Porque al igual que no hay turista en la ciudad que no intente disfrutar de un paseo en trajinera por el lago y los canales de Xochimilco, al sur de la ciudad, pocos son los que, por el contrario, recuerdan que la actual excepción verde de Ciudad de México, llena de color, naturaleza e historia, dedicada al ocio y a la que se llega tras horas de viaje desde el centro en el moderno metro y luego tranvía o después de kilométricos atascos en coche, es apenas una muestra de lo que esta ciudad era hace 500 años…
Ha habido intentos para corregir lo inevitable. Lo propuso Benito Juárez. Siguió tras la Revolución mexicana a inicios del siglo XX. Continúa en el debate público hoy. Se buscan reforzar los cimientos. Retomar algo del verde y del azul pasado al actual asfalto. Aunque sin resultado aparente. Todavía.


Foto: Avenida Juventud Heroíca. Monumento Altar a la Patria.
Con vista del Castillo de Chapultepec, al fondo. 1981-82.


Thursday, October 11, 2018

Hector, El Priamida.



Mi fascinación con los poemas épicos de La Ilíada y La Odisea, no ha cesado, desde que leí los dos libros, más o menos a la edad de 13 o 14 años.
Evidentemente he visto más de una vez, la película: Troya, estrenada en el año 2004.
Aún que muchas cosas proyectadas en dicho film, no se ajustan a la narración del libro de Homero (Ajax no murió de la manera expuesta en la película, ni Agamenón murió en Troya), en general, la película describe en general, el contenido de La Ilíada.
Durante la película, cuando Troya va a ser asaltada por los griegos, Héctor, el primogénito del Rey Príamo, arenga a las tropas de esta manera:

“Toda mi vida he vivido por un código y el código es simple: honrar a los dioses, amar a tu mujer y defender nuestro país. Troya es la madre de todos nosotros. ¡Luchad por ella!  – No recuerdo si en verdad, estas frases aparecen en La Ilíada.

Un código simple, pero que resume toda la dignidad y honor de un hombre como Héctor.
Su hermano menor Paris, era, por así decirlo en términos modernos, “el parrandero” de la familia. Más inclinado a sus desvaríos amorosos, que al combate o a los asuntos de estado y que confiaba en su hermano mayor para que lo sacara de apuros, cuando se metía en problemas.
A diferencia que Aquiles y sus Mirmidones, quienes era más o menos lo equivalente  moderno a mercenarios de guerra, Héctor era un hombre de familia y nación.

Examinemos su código.
Honrar a los dioses: Tener respeto por el mundo espiritual y por el concepto de deidad que uno tenga. Sea el Dios de Abraham o sea el concepto de Madre Tierra. Reconocer que somos humanos, mortales y que debemos nuestra existencia a un principio espiritual superior.
Amar a tu mujer: Significa en extensión, amar y proteger a tu familia y seres queridos. Entender de que uno no existe por si solo y que él ser humano necesita del amor y apoyo de los seres cercanos en nuestras vidas.
Defender a tu país: No solo por las armas cuando tu comunidad es atacada, pero también defender a tu país de incursiones menos evidentes, como la entrada de personas de otras culturas y lugares, que  no se adaptan a las leyes y formas de vida de tu país y desean modificar el orden social a su estilo y conveniencia.

Héctor murió en combate solitario con Aquiles, quien le retó -bajo los muros de Troya- por haber matado a su primo Patroclo en combate.
Héctor murió defendiendo su honor y el de su familia y país. Su código.

Foto: Eric Bana, interpretando a Héctor, el domador de caballos.




Monday, October 8, 2018

Dia de platja ¡ Dedicado a mi amiga de El Masnou.

Significaba calor, sed, pegajoso ungüento contra el sol en la piel y arena pegada por todas partes…todas.
Pero a mis padres les gustaba mucho.
La mayoría de las veces era en la Barceloneta. Baños de San Miguel o de San Sebastián.
¿Sera que a lo santos les gusta el océano y una buena sardinada?
Alquilar la caseta de cambiarse y apa… pa dentro a quitarse la ropa dentro de un cuartico húmedo con suelo de madera, que olía a pies sudados.
Pero en algunas ocasiones, viajábamos más lejos. A las famosas playas de Saint-Tropez y Montecarlo… léase…El Masnou y a veces Ocata.
Para eso, había que ir a la estación de Francia, aún que nosotros nos aperamos del tren mucho más cerca.
Aún recuerdo con nervios, las prisas de mis padres en adivinar desde que vía salía el tren adecuado y las corredizas para que no  ”se nos escapara” él que estaba a punto de salir. La familia Ulises, sin perro, ágüela ni Lolin.

El colofón de mis temores, se materializó esa mañana cuando corríamos a “agafar” el tren que salía para El Masnou.
Mi padre me levantó hacia la puerta del tren para que entrara, yo con cubo de playa en ristre. Era verde de plástico flexible con un asa blanca. Como si lo viera ahora.
En el momento en que iba a subir, las puertas se cerraron atrapando mi cubo de playa entre ellas.


¡Pánico! Yo estirando y el cubo atrapado. El tren se iba… ¡Conmigo arrastrado tirando del cubo ¡ ¿Iba a tener una corta vida?
Un buen samaritano abrió la puerta por dentro (Botón verde) y pude sacar el cubo y mi padre me bajó del peldaño.
El tren se fue y nosotros esperamos al siguiente. Al recordar este incidente, doy gracias, no ya de que pude recuperar mi cubo, si no de que yo no me hubiera quedado dentro del tren, con las puertas cerradas, tren en marcha y mis padres en el andén.

Dia de platja ¡
Mediterraneo sutíl. En mi piel llevo tu canción.


Foto...Un dia de playa...