ALEXIS RODRÍGUEZ-RATA lA Vanguardia.
Ciudad de México es muchas cosas.
Entre otras, una megalópolis que se hunde. Literalmente.
Poblada por millones de personas -hoy en
día sobrepasa los 20-, la capital mexicana es admirada por muchos como el lugar
de creación de Diego Rivera y Frida Kahlo, del muralismo que no deja de
sorprender y una comida que apasiona, de una revolución que marca
los pasos del país y un urbanismo inabarcable. A menudo, en negativo.
Cualquier imagen aérea deja a las claras que la antes conocida
como DF (por Distrito Federal, un término hoy desaparecido) reúne millares
de casas, a veces ordenadas una tras otra, y a veces en desordenados
asentamientos ilegales; en alguna ocasión (más a menudo de lo que a priori
pueda parecer) entre un verde frondoso. Todas ellas decoradas por montañas que
dan pie al Valle de México y con el activo
volcán Popocatépetl como la principal ‘estrella’ en el más que cercano
horizonte.
Una megaciudad que se asienta en gran parte sobre el antiguo lago de
Texcoco, epicentro de la desaparecida capital azteca de Tenochtitlán y
maravilla natural de la que hoy apenas queda un recuerdo, en los límites del
aeropuerto internacional.
El resto son casas, calles, plazas, parque y más casas.
Pensar en los lagos del Valle de México es volver al pasado de
España. Al descubrimiento de América. A la conquista de México. A la reforma de
la capital de un antiguo imperio bajo las directrices del nuevo, venido de más
allá del Caribe.
Donde hoy se ubica el centro de la capital, el Zócalo, la Catedral
Metropolitana, el Palacio Nacional y los vestigios del Templo Mayor, ayer
apenas había un rescoldo de tierra y agua dulce; pasarelas que unían las
riberas del lago con el centro habitado; la imagen de un Tenochtitlán que
observa la riqueza de vivir -para su seguridad- como una isla, cercana a
lagunas a veces dulces, pero otras de salobre -y de ahí la industria salinera
del pasado.
En la época prehispánica se expandieron islas
artificiales para ampliar los cultivos. Con la llegada de Hernán Cortés y la
Nueva España, el drenaje fue más allá. La consecuencia: la extensión de una
ciudad rica y próspera sobre un terreno inestable. Hoy los edificios se hunden.
La Catedral Metropolitana se inclina cuando otros tantos edificios se muestran
hipersensibles a los muy habituales terremotos. Apenas queda nada de la laguna.
Sobresalen los bellos edificios de la época hispánica. Rectilíneos. Coloridos.
Pesados. Y sufridos.
Según el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México (Conacyt), la
zona este donde está el aeródromo se hunde entre 20 y 24 centímetros al año, el
centro histórico entre 5 y 7 centímetros, la zona oeste del Ángel de la
Independencia y Chapultepec unos 2,5. Y hay más. En zonas concretas se habla de
hasta 40 centímetros anuales o 14 metros en los últimos 150 años. Con
consecuencias, a menudo, imprevistas. Por ejemplo, que los nuevos edificios
bien asentados sobre pilotes rocosos se ‘levanten’ respecto a los que les
circundan. O que bellas casas y palacetes sufran de deformaciones.
De los islotes aztecas (chinanpas) se pasó a una ciudad asentada
sobre terreno acuoso. Las continuas inundaciones llevaron a la desecación del
lago. De ahí a una mayor urbe, mayor necesidad de agua y mayor drenaje. El
vasto y arcilloso terreno hizo y aún hace el resto.
Porque al igual que no hay turista en la ciudad que no intente
disfrutar de un paseo en trajinera por el lago y los canales de Xochimilco, al
sur de la ciudad, pocos son los que, por el contrario, recuerdan que la actual
excepción verde de Ciudad de México, llena de color, naturaleza e historia,
dedicada al ocio y a la que se llega tras horas de viaje desde el centro en el
moderno metro y luego tranvía o después de kilométricos atascos en coche, es
apenas una muestra de lo que esta ciudad era hace 500 años…
Ha habido intentos para corregir lo inevitable. Lo propuso Benito
Juárez. Siguió tras la Revolución mexicana a inicios del siglo XX. Continúa en
el debate público hoy. Se buscan reforzar los cimientos. Retomar algo del verde
y del azul pasado al actual asfalto. Aunque sin resultado aparente. Todavía.
Foto: Avenida Juventud Heroíca. Monumento Altar a la Patria.
Con vista del Castillo de Chapultepec, al fondo. 1981-82.
Con vista del Castillo de Chapultepec, al fondo. 1981-82.